La mirada del indígena, Perú27-12-2013
La noche estaba fría y húmeda cuando aterrizamos en Cusco, la esperada ciudad inca. Perú nos recibía para confirmar el dicho que en esta vida, cuanto más das, más recibes...
Llegamos cansados desde Quito, después de una larga escala de más de 8 horas en Lima. Estábamos esperando la mochila en el diminuto aeropuerto de Cusco, cuando un hombre se nos acercó para ofrecernos el producto turístico por excelencia, la visita a los restos incas del Machu Pichu. Declinamos educadamente el ofrecimiento, un aeropuerto nos es el mejor lugar para contratar nada; aunque la conversación siguió distendida. Los taxistas en el exterior, se peleaban por conseguir a un estresado turista llegados de todos los lugares del mundo.
Nuestro amigo, que cerraba su pequeño stand a modo agencia de viajes, se ofreció a llevarnos a nuestro hostal desinteresadamente. En 10 minutos estábamos camino de la Hostería Anita a pocos minutos de la plaza de Armas de la bella ciudad de Cusco.
Al llegar a la habitación, sentí un vuelco repentino al corazón, algo no marchaba bien, ¿era intuición o cierto?, mi bolsa personal con los documentos, cámara de fotos, pequeño ordenador, tarjetas y efectivo; se quedó en el coche que nos trajo del aeropuerto. ¡No podía ser, maldición¡, ¿qué manera era ésta de comenzar un nuevo destino?...
A los 40 minutos, después de intentar varias opciones telefónicas, César el dueño del coche, apareció con mi bolsa pequeña, valorada en unos 800 euros aprox.
- No hubiera abierto la bolsa, aún sabiendo que habría dentro un millón de dólares, nos dijo César con una sonrisa relajada en su cara; bienvenidos al Perú.
Según el profesor emérito de economía de la Universidad de París-Sud, la gente más feliz en términos generales es la que menos consume, la que menos necesita, es una de las voces del llamado movimiento por el decrecimiento.
No se trata ahora de involucionar, es cuestión de no estimular la economía de la acumulación innecesaria, la que conlleva a la frustración y por lo tanto a la infelicidad; por no hablar de repartir los recursos materiales y naturales con los más desfavorecidos.
Por estas fechas numerosas comunidades indígenas (aimaras y quechuas), bajan de las montañas para mendigar por las calles de Cusco, uno de los lugares más turísticos del planeta.
Era nochebuena, y la noche caía lluviosa, cientos de mujeres, hombres y niños con sus vestimentas indígenas se agolpaban en la española plaza de armas, cobijados bajo los soportales de arcos de medio punto de la época colonizadora.
A pocos metros, la magnífica catedral de Cusco, junto a los más lujosos hoteles de la ciudad, antiguas casonas de la nobleza española. Algunos voluntarios repartían bebidas calientes y desordenadamente se formaban filas para recibir alguna porción de alimento.
Daba vergüenza contemplar impotentes aquellos niños colgados de la espalda de sus madres.
La noche se hacía cada vez más gélida y las campanas anunciaban la misa del gallo.
Tendríamos que trabajar menos, viajar más y producir de forma inteligente, y así repartir el trabajo para cultivar la vida. Tendríamos que disfrutar más de los placeres naturales, admirar las montañas, gozar más del cuerpo y no temer al futuro porque éste no existe. Tendríamos que generar solidaridad y disfrutar de nuestro tiempo que tiene fecha de caducidad desde que nacemos...
Mendigar no es una forma de ganarse la vida, es una cruel humillación que debería ser erradicada en el S. XXI.
De momento nos quedaremos con las miradas sinceras llenas de dignidad de estos pueblos olvidados que no dudaron en invitarnos a visitar sus comunidades, nos quedaremos con la recompensa de pasar una nochebuena humana, lejos de las opulentas mesas y apartados de los sermones que predican caridad y poca justicia social.
"No se obtiene felicidad si no podemos limitar nuestros deseos y necesidades".
Séneca
Desde Cusco en dirección a Pisac, Perú.
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